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László Darvasi

La pregunta
¿Por qué no brindaron los húngaros con cerveza durante 150 años entre 1849 y 1999?
Porque en Hungría se bebe más vino y la cerveza no tiene tradición.
En homenaje a los militares húngaros de 1848–1849, que fueron ejecutados mientras sus verdugos tomaban cerveza.
Los húngaros nunca brindan porque según la superstición trae mala suerte y despierta a los malos espíritus.
Respuesta

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Géza Csáth

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La mujer justa

Traducción de Ágnes Csomós

Título original: Az igazi. Judit
Salamandra • Barcelona, 2005
Lenguas de edición: castellano, catalán

Tres voces, tres puntos de vista, tres sensibilidades diferentes para desentrañar una historia de pasión, mentiras, traición y crueldad concebida por Sándor Márai en los años cuarenta, la época más fértil y lúcida de la obra del gran escritor húngaro. Compuesta de tres monólogos, correspondientes a los tres personajes que conforman la novela, esta edición de La mujer justa reúne por primera vez en castellano las dos primeras partes, publicadas en 1941 en Hungría, y la tercera, escrita durante el exilio italiano de Márai y añadida a la versión alemana de 1949.

Una tarde, en una elegante cafetería de Budapest, una mujer relata a su amiga cómo un día, a raíz de un banal incidente, descubrió que su marido estaba entregado en cuerpo y alma a un amor secreto que lo consumía, y luego su vano intento por reconquistarlo. En la misma ciudad, una noche, el hombre que fue su marido confiesa a un amigo cómo dejó a su esposa por la mujer que deseaba desde años atrás, para después de casarse con ella perderla para siempre. Al alba, en una pequeña pensión romana, una mujer cuenta a su amante cómo ella, de origen humilde, se había casado con un hombre rico, pero el matrimonio había sucumbido al resentimiento y la venganza. Cual marionetas sin derecho a ejercer su voluntad, Marika, Péter y Judit narran su fallida relación con el crudo realismo de quien considera la felicidad un estado elusivo e inalcanzable.

Márai inició su carrera literaria como poeta y ese aliento pervive en La mujer justa. En esta novela están sus páginas más íntimas y desgarradas, las más sabias. Su descripción del amor, la amistad, el sexo, los celos, la soledad, el deseo y la muerte apuntan directamente al centro del alma humana.

Críticas
Voces amargas

Francisco Solano
El País—Babelia, 5 de marzo de 2005

(…) La mujer justa, que tuvo una primera edición parcial, adquiere su forma definitiva en 1949, cuando el escritor incluyó la tercera parte. Entonces ya había abandonado Hungría, a la que nunca volvió. No es su novela más hermosa, pero sí la más ambiciosa y amarga, por tanto la más lúcida, la que abarca más frontalmente la calamidad de la vida burguesa, donde mejor expresa la desintegración de su orden moral y de sus privilegios, y la emergencia de otro mundo, que ya no será habitable, pues en ese nuevo mundo “la belleza será un insulto y el talento, una provocación”, según la patética proclama de Lázár, el descreído personaje escritor, tal vez trasunto del propio Márai, implicado pasivamente en el memorial de secretos y miserias de los tres protagonistas -la mujer infeliz, pese a su lujoso matrimonio; el juicioso y educado marido, consciente de la falsedad de su clase; y la criada, con su anhelo de huir de la pobreza-, cuyos monólogos sucesivos conforman un sutilísimo discurso que engloba el fracaso del matrimonio burgués, el fracaso del carácter y el fracaso de la aspiración a la felicidad.

Cualquier sinopsis de una novela de Márai parece proponer el melodrama o un argumento tan artificial y endeble que se podría sospechar que, detrás de ese esbozo, no puede haber una profunda y minuciosa reflexión, nunca compasiva, sobre la soledad humana.

Sin embargo Sándor Márai se apoya en ese marco de novela sentimental para acceder a lo único seguro, los hechos, a sabiendas de que la mirada modifica la realidad. “Todas nuestras explicaciones de los acontecimientos están viciadas por un irremediable halo literario”. En La mujer justa este esquema es aún más evidente, pues las tres voces surgen de una conversación trivial -las primeras en un café, y la tercera en un hotelucho de Roma-, a manera de confesión apresurada que, instada por la curiosidad del interlocutor mudo, se presentan como una confidencia apropiada a la personalidad del oyente, de donde cabe recelar de la veracidad del narrador, o al menos de la objetividad de su experiencia. Con deslumbrante tensión narrativa -más significativa aún en un autor de prosa reflexiva, con escasa acción y peripecia-, después del primer diálogo, que acaso originalmente fue una nouvelle, Márai desmonta, en la segunda y tercera parte, cualquier presunción de certidumbre; lo que parecía misterioso se revela vulgar, y consecuentemente los afables sentimientos, la mística del honor, la dignidad y la pasión que tiempo atrás les hicieron sentirse vivos, ahora exhalan, como un tóxico, su irreparable falsedad en la narración con la que cada uno construye la epopeya de su decepción.

Y la decepción aquí es un proceso lento, que implica tanto a la austera burguesía como a la emergente y jocosa clase trabajadora. “Al final, todas las cosas encuentran su propia forma, incluso las sublevaciones. Todo acaba cayendo en los tópicos de la vida”.


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