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Ricardo Izquierdo Grima
Ricardo Izquierdo Grima

Una colección singular

Ricardo Izquierdo Grima

1958–

Ricardo Izquierdo Grima, un juez militar, tiene la mayor colección de literatura húngara editada en las cuatro lenguas oficiales de España. Admirando sus tesoros que bien merecerían ser objetos de un estudio más profundo, le preguntamos por su afición.

LHO: ¿Por qué la literatura húngara? Hay tantas, tal vez más exóticas, más prestigosas. ¿Cómo empezó tu afición por las letras húngaras?

R. I. G.: Podría uno buscar explicaciones más o menos fantásticas o paranormales del por qué alguien tiene una afición o una filia determinada por un lugar o una cultura. Un amigo sacerdote católico, un día a propósito de mi colección y el por qué de ella, se contestaba él mismo, tenía un sentimiento especial y permanente por Escocia, aunque como católico no debiera creer en la reencarnación ni en vidas anteriores en otros tiempos y lugares. Mis razones son puramente domésticas y arrancan de la adolescencia cuando leí los tres libros de Lajos Zilahy que había en casa, lo tengo anotado y sé las fechas exactas, La ciudad vagabunda, 25 de junio de 1975, Las cárceles del alma, 27 de septiembre, y El desertor, 4 de octubre. Fue la segunda la que me cautivó de tal forma que al día siguiente me debí lanzar a la busca de todo lo que encontrase de Zilahy, pues el primer libro que compré de él y por tanto de la colección fue Retorno al hogar, el día 28 de septiembre. Lógicamente, al principio sólo me interesaba Zilahy, pero pronto lo amplié a todo autor húngaro cuando el 17 de enero de 1976 caía en mis manos una novela de un tal Lajos Kutasi- Kovács, Reparto teatral, y así hasta hoy.

LHO: En la era de internet nos parece fácil encontrar libros e informaciones, pero tu colección nace en los años setenta. No sabiendo nada de húngaro ¿cómo has podido encontrar tantos autores? ¿Cuál ha sido tu método de trabajo que podemos llamar, sin duda, un trabajo de investigador o de descubridor?

R. I. G.: Es una pregunta que me hacen muchos amigos. A pesar de mi poca facilidad para los idiomas la lectura de las obras me iba familiarizando con los nombres y apellidos, incluso llegué a anotarlos; además los prólogos y sobrecubiertas ofrecían datos de otros autores y obras que yo registraba para ir buscando. Claro que el que no sonaba a húngaro permanecía a veces inédito para mí durante años, el caso más claro fue el de Hans Habe (pseudónimo de János Békessy), hoy olvidado, y tras descubrirlo pude juntar sus 17 obras en menos de un año, aunque luego mi amiga Ilona de Cantabria me comunicó que había descubierto a Katrina, pero la librería había cerrado cuando quisimos adquirirla, el libro no estaba editado en España, de ahí su dificultad de encontrar un ejemplar por aquí. Lo llamativo para mí de la familiaridad con los nombres y apellidos húngaros, es que un día descubrí que mi hijo también la tenía, pues sin yo saberlo me llama un día desde un puesto callejero de libros aquí en Barcelona, tenía en la mano a Kodolányi, Moisés el egipcio, como no llevaba dinero y era un puesto callejero y faltaba poco para que recogiesen, tuve que ir corriendo a comprarlo. Pero hablando de método de trabajo, el imprescindible es la constancia y continua dedicación. A lo largo de los años no he tenido períodos bajos en que la colección quedaba más olvidada, siempre estaba presente, si bien antes de internet y antes de ponerse de moda y volver a publicarse obras húngaras en español hubo unos años muy vacíos en adquisiciones, que creo que puede referirse a finales de la década de los 80 y primera mitad de los 90, pero tendría que estudiarlo con más detalle. Internet supuso una orgía de adquisiciones, y por cualquier lugar de España he encontrado obras que no tenía pero sabía que existían y descubría nuevos autores ya olvidados. Creo que una de las sensaciones más gratificantes que tengo incrustadas en mi alma es la emoción de localizar una obra, el ansia de esperar que llegue el envío, y la voracidad en abrir el sobre.

LHO: ¿Cuáles son las obras más queridas de tu colección y por qué?

R. I. G.: Las obras más queridas son las de Lajos Zilahy, y en particular esas tres que había en la casa paterna.

LHO: ¿Cuál es el más antiguo? Las primeras de la colección son esas tres mencionadas, pero la más antigua es de 1891, Historia de Hungría de Arminius (Ármin) Vámbéry, (1832-1913) amigo de Bram Stoker y que inspiró a éste el nombre y ubicación de Drácula, a lo que en agradecimiento el irlandés lo cita en la novela como el profesor Arminius de Budapest.

Cubierta del libro de Vámbéry LHO: ¿Más valioso?

R. I. G.: Aunque sé lo que he pagado por cada libro, creo que debe ser el de Vámbéry, pues ahora vale más de lo que me costó, en su momento cuando lo adquirí creo que fue el más caro hasta ese momento. También creo que vale mucho más de lo que me costó, el libro de 56 dibujos de István Zádor La tragedia de Budapest de 1946, tirada numerada de 293 ejemplares, teniendo yo el 60.

LHO: ¿El descubrimiento más sorprendente?

R. I. G.: Es difícil contestar a esto. El que descubrió mi hijo es sorprendente porque yo hasta ese momento no creía que le hubiera trasmitido la afición. A mí me emocionó especialmente encontrar en un puesto callejero en Barcelona, tirado en un montón en el suelo, un libro que llevaba años tras él, y del que ya hubo un intento fallido de adquisición por internet en una librería virtual que luego había cerrado, fue La rosa de oro de László Passuth. También recuerdo con mucha alegría encontrar una obra de Sándor Márai que desconocía que existiese, y que luego ha formado parte de la edición de La mujer justa, era La verdadera (1951). Este hallazgo tuvo el encanto de producirse en el almacén abuhardillado no accesible al público de una librería de Barcelona y que dada mi voracidad me invitaron a ver, parecía que el libro llevaba años esperándome, pues como entonces Márai se había puesto de moda, en la librería el libro no hubiese durado nada y se hubiera vendido enseguida.

LHO: ¿Cuáles son las obras que faltan de tu colección? ¿Las que sigues buscando?

R. I. G.: Las obras más enigmáticas que me faltan son las que anunciadas en prólogos, sobrecubiertas o primeras páginas, como de próxima aparición, en realidad creo que nunca llegaron luego a publicarse. Un día incluso llamé a una editorial y me confirmaron que la obra que se anunciaba del mismo autor, luego no se publicó, era de György Konrád, y se anunciaba en El cómplice. Otras al ser mucho más antiguas y de editoriales desaparecidas son un enigma, pero tengo casi la certeza de que en español no vieron la luz, pues en la Biblioteca Nacional de Madrid estarían, de haberse publicado en España. Estas serían Un día de junio y Via Bodenbach de Körmendi, Bebi o el primer amor de Márai, Las promesas de Zoltán Nagyiványi, La pinaza sin nombre de László Dormándi. Y la más misteriosa de todas porque no hay nada en castellano de ella: Gizella Mollinary La tierra se llenó de falsedad. ¿Dónde reposan o donde fueron a parar las traducciones de esas obras que nunca se publicaron? ¿Incumplieron los traductores el compromiso con la editorial que ya les había anunciado, o la editorial con ellos? Otras que me faltan sé que existen publicadas; desgraciadamente de Zilahy me faltan creo 3 obras de teatro, o el Viaje a Faremido de Karinthy, o El castellano convertido de Mauricio (Mór) Jókai. Si yo fuera a Chile o Argentina sería visita obligada más deseosa que cualquier paisaje o monumento, poder visitar las bibliotecas públicas donde sé que reposan tal vez sin consulta alguna de nadie por años y años, El verdugo de Hétfalu de Jókai y La princesa pagana de Franz (Ferenc) Herczeg, que sólo se publicaron en América.

LHO: ¿Te lo lees todo lo que compras?

El hombre de oro, de Mauricio Jókai R. I. G.: Hace años a propósito, y como el amante del vino que se reserva botellas especiales para años venideros u ocasiones singulares, me dejaba para leer más adelante alguna obra; luego he visto que la vida va pasando y que esa demora fue una estupidez. Sí, lo leo todo pero tal cual me viene en gana sin criterio de prelación alguno, de tal forma que alguna adquisición la leo enseguida y otras esperan años. Eso sí, lo que empiezo lo acabo aunque la obra me resulte poco digerible.

LHO: ¿Tienes autores preferidos?

R. I. G.: Evidentemente Zilahy. Y son también autores preferidos, aquellos que todas sus obras me han gustado, como Herczeg o Körmendi. También me resultan muy sugestivos y entrañables los autores que estando tal vez olvidados, lo que he leído de ellos y de los que hay muy poco, me ha gustado mucho, es el caso de María Fagyas.

LHO: ¿Has viajado alguna vez a Hungría? ¿Qué te ha parecido comparando la realidad con tus lecturas?

R. I. G.: Estuve 15 días en septiembre de 2001, lo curioso es que iba viendo las cosas y recorriendo lugares y ciudades en clave literaria, y todo me era familiar, era como meterse en los libros, como si la realidad literaria fuese tan real como el propio paisaje. En el Balaton recordé un episodio de Las cárceles del alma de Zilahy, también a Jókai. En Tihany a Herczeg. En Eger a Géza Gárdonyi. Soy muy poco viajero y la ficción literaria suple bastante la realidad física, aunque lógicamente uno luego guste de pisar el escenario real de lo que ha leído.

LHO: ¿Qué piensan tus amigos y tu familia de tu afición?

R. I. G.: A algunos he debido transmitir el entusiasmo, pues me dan cuenta de alguna novedad editorial que se me pasa a mí, o me ayudan en alguna búsqueda reteniendo un título o un autor. Para mi hijo es importante la colección, pues de siempre me ha visto dedicado a ella y está al corriente de las adquisiciones y de las anécdotas sobre estas.

LHO: ¿Sólo coleccionas libros de autores húngaros o tienes otras “aficiones húngaras” también?

R. I. G.: La colección empezó sólo como de literatura, de ficción, pero luego la amplié al ensayo, sólo el referente a ciencias sociales, es decir que el técnico no lo colecciono. En el caso del afamado teólogo Tihamér Tóth que tan de moda estuvo en España, no tengo todas sus obras, las adquiero si me encuentro con ellas, pero como hay tantas y tantas ediciones, un día me pondré de lleno en ello y en pocos meses creo que me haré con todas. No colecciono más “hungaridades”, aunque más que añeja, tenga por casa alguna botella de vino o algún botellín de agua mineral que del país me traje. También tengo lo que cae en mi mano de “la colección ad hoc” que llamo yo, por ejemplo literatura sobre Drácula, sobre el Danubio, sobre Transilvania, u obras de algún autor que emigró de niño o que sus libros hablan de sus antepasados húngaros, como Kálmán Barsy, o Pinkola Estés, respectivamente, pero sólo una muestra y sin exhaustividad.

LHO: ¿Quiénes han visitado tu colección?

R. I. G.: La única persona húngara que ha visitado mi colección has sido tú. Otro traductor actual que creo que vive a unos 20 km de mi casa y sabe de la colección no ha mostrado interés en verla ni en saber si tal o cual obra está traducida, extremo que creo debe ser interesante conocer para un traductor, pues sucede alguna vez que se presenta como novedad lo que no es, vi que pasó con Géza Gárdonyi, en que la obra El esclavo de Atila de 1998 era la misma de 1944 ¿Quién eres tú?. A la Asociación Cultural Catalana-Húngara pertenecí en 1988 en tiempos de Péter Brachfeld, muy interesado por mi afición, luego me desvinculé y vi con los años que el interés literario de la Asociación era exclusivamente la reseña de las novedades editoriales, sin ningún deseo de bucear hacia atrás en el tiempo, como tampoco he visto que lo tenga el editor de Acantilado, preocupado por lo menos en lo que respecta a Hungría también por las novedades y los autores del momento. De todas formas mi colección me da felicidad en sí misma sin necesidad ni espera de interés alguno por parte de nadie, no se trata sólo del placer de leer los libros, sino del placer de tenerlos juntos, verlos ordenados, formando una unidad o entidad silenciosa que desde los estantes esperan que lleguen los “parientes” escasos que aún faltan de acudir a la reunión, por eso hace mucha más ilusión encontrar una deseada obra que lleve años buscando que una novedad editorial, salvo que ésta se refiera a una traducción largamente esperada o anunciada, como fue el caso de Ana la dulce de Dezsõ Kosztolányi, que en 1950 Oliver Brachfeld ya hacía votos de que se tradujera, cosa que tardó más de medio siglo. Todo ello no quita que moleste que si uno se dirige a la agregada cultural de la embajada húngara preguntando sobre unas obras allí depositadas, ésta no se digne en contestar.


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