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El conde Almássy en su coche en África
El conde Almássy en su coche en África

Desde el padre Julianus a Nándor Fa

Viajeros húngaros

1200–2000

Una nación pequeña siempre mira hacia fuera. Quiere saber más, quiere ser como los grandes pueblos. Tal vez este complejo de inferioridad hace a los húngaros tan pesimistas. Sin embargo, han habido algunos que tenían confianza en sí mismos, que se atrevían a dejar su pueblo natal, a descubrir el mundo y a salir hacia destinos desconocidos. Son los exploradores húngaros, muchas veces olvidados.

“Los geógrafos describen, los viajeros confirman.”

Bouganville

¿Cómo viajan los pueblos? ¿Lo hacen de manera diferente a cómo se desplazan los individuos? ¿Puede una nación pequeña, un pueblo casi inexistente, viajar por los grandes espacios?

Sólo aquellos que han conocido el desasosiego de los amplios horizontes sienten la necesidad del viaje. Y no de un viaje cualquiera.

Hemos banalizado tanto los viajes que, ahora, en este siglo de aviones low cost y ofertas de cruceros por las islas, se han convertido en un simple desplazamiento para recoger fotografías y, tal vez tener algún encuentro que lo salva.

Pero ese no es el viaje, los viajes, que emprendieron algunos húngaros.

Tal vez sus orígenes nómadas, su historia reciente y antigua, su lengua, quien sabe.... les hizo viajeros. Viajeros maduros. A la búsqueda no de un Tombuctú cualquiera, sino de su propia Samarcanda.

Añadamos a esto un pueblo leído, culto y pequeño en tamaño. Y tendremos los ingredientes ideales para encontrar gente viajera.

Así lo fueron personajes tan importantes para Hungría como Sándor Kõrösi Csoma, el hermano Julianus, László Almássy o el actual circumnavegante Nándor Fa.

¿Hay alguna característica especial que los una? Todos los viajeros tienen alguna marca en común. Aunque sólo sea el deseo de traspasar el lindar de la propia morada. Luego, con el viaje, cada uno busca en sí mismo, o en los encuentros fortuitos que se dan a lo largo del camino, la confirmación de sus propias verdades y visiones.

Así que, empezando por el hermano Julianus, descubrimos el primer explorador que él quería ser. En el siglo XIII, es decir con caminos embarrados sin tregua, guerras y banderías o enfermedades, este monje decide ir a la búsqueda de los orígenes de los húngaros. Más allá de los montes de los Cárpatos, claro, y los Urales y las grandes llanuras hasta llegar a su Magna Hungaria.... Los tribus húngaros llegaron a la actual Hungría en 896 y Julianus sale 400 años más tarde para encontrar lo que había quedado del resto de los tribus.¡Qué fuerza de voluntad! Y ¿sabía que se estaba convirtiendo en mito de su pueblo al cumplir este periplo? En todo caso resulta todo un ejemplo de amor social y desapego a las comodidades. Pero así se han hecho grandes obras…

Julianus encontró los últimos húngaros que durante la migración, que duró siglos, desde los Urales hasta la Cuénca de los Cárpatos, se quedaron a medio camino, en el territorio de lo que se llama ahora Magna Hungaria. El fraile logró hablar con los habitantes en un idioma húngaro muy antiguo. Volvió al país para conseguir más dinero y emprender un segundo viaje pero la invasión de los tártaros terminó con sus ilusiones, y el país mediodestruído cayó en una pobreza extrema.

Otro de los grandes nombres húngaros del viaje es Sándor Kõrösi Csoma. Porque, tanto por la época en la que realiza su viaje, como por los lugares donde se aventura, él, europeo culto y refinado, ha de saber y sabe que ningún percance le va a ser ahorrado, ningún peligro. Los avatares de las rutas y caminos de Oriente encierran mercaderías e ideologías, enfermedades y bellezas…todo al lado del mismo camino. Sin necesidad de alejarse un palmo. Es bastante recorrer milla tras otra una vía que vaya de su Hungría plácida hacia la Arabia profunda, Afganistán, el Turquestán, Kajastán, la India , hacia al fin. Kõrösi Csoma en 1819 con la experiencia de una expedición anterior emprende el camino para encontrar en el Oriente la madre patria de los húngaros. Sólo tenía 200 florines, una mochila y las trece lenguas en la cabeza. Llegó a Tibet, y le fue imposible seguir el viaje, sin embargo, se convirtió en uno de los científicos más importantes que s ededicaron a la cultra tibetana. Hizo una gramática y un diccionario de la lengua, y escribió varios libros de excepcional importancia en la época. Vivía en monasterios, en habitaciones austeros, aguantando frío y soledad. Murió en las montañas de la Himalaya, a los 58 años camino a India.

La tumba de Körösi, en Darjeeling ¿Qué hay que descubrir hacia el siglo XIX? Pues también las tierras más hostiles. La Ultima Thule. Los territorios polares. Así que se monta como conviene, una gran expedición austro-húngara al Ártico. Para que también allí ondee la bandera de la patria Magyar.

Luego, del espanto de la noche y los hielos a los calores de los grandes espacios del desierto más auténtico, más mítico, colosal y atractivo: el Sahara. En toda su plenitud, con la majestuosidad de las cosas simples y duras. Hacia él se encaminará otro de los mejores viajeros húngaros, uno de los más conocidos: László Almássy.

Almássy reúne todas las características para ser el explorador con el que sueñan los niños cuando juegan a ser aventureros. Joven, rico, culto, curioso y valiente. Todo lo necesario para convertirse, como ha sucedido, en héroe de película (El paciente inglés). Con el añadido de una banda musical excelente creada por una mujer igualmente de excepción: Marta Sebestyén, que sobre la base de sus conocimientos de la música popular húngara, da al viaje, a una de las aventuras de László Almássy el tono épico que le conviene de manera exquisita.

Su fuerza de aristócrata, en los momentos en los que serlo todavía confiere prestigio en muchos terrenos, unida a una actitud propia de quien tiene altas miras, ayuda a configurar la imagen del explorador y aventurero del siglo XIX más acertada.

No es Almássy el único ciudadano de este pequeño país actual que es Hungría, el que se interesa por África, tan lejana por mentalidad, geografía o intereses . Incluso su extremo más alejado merece la atención de László Magyar que en los alrededores de 1800 se aventura por el sur oeste del continente explorando y escribiendo su crónica.

Almássy, en 1934 ¿Les quedan a los húngaros, metidos en ese centro de Europa, tan rodeados de otras gentes, aún otros espacios por donde viajar? No hay duda de que este pueblo, recordando tal vez su pasado nomadismo, siente un gran aprecio por el viaje.

Así Pál Rosti, en los alrededores de los años 50 del siglo XIX, inicia un viaje que le ha de llevar a Venezuela. Y de allí a Méjico y luego a Cuba. No se está mucho tiempo en estos lugares pero de su recorrido nos dejará muestras en un libro donde narra sus vivencias.

Claro que hemos hablado de viajeros “mayores”, tanto por el viaje emprendido como por sus personalidades y los años en los que los llevaron a cabo.

Pero como es lógico, los húngaros no han dejado de viajar, incluso en estos tiempos de movimiento de masas. Pero con viajes diferentes, eso sí. De modo que nos encontramos con dos ejemplos bien distintos pero sintomáticos de la nueva era.

En mi biblioteca, sin saber como me ha aparecido, tengo un pequeño volumen en el que se narra el viaje alrededor del mundo de dos hombres y una mujer con una moto armada de un sidecar. Los tres viajeros, en los felices años 20, cumplen un periplo que bien merecería más atención. Aún con escasos y rudimentarios medios, los húngaros cumplen fiel y cabalmente su oficio de viajeros.

Por otro lado, hace escasos años, el navegante Nándor Fa se aventura allá de los mares para darle la vuelta al mundo en solitario y pasando por los tres míticos cabos: Lewin, Buena Esperanza y Hornos.

Nándor Fa, esquivando un escollo Tal vez, como una gran respuesta a las muchas que se pueden plantear ante el viaje, cabría decir, con discreción, con ciertas reservas, que los húngaros viajan para reafirmarse como pueblo. Un pequeño país en medio de tanta Europa, para seguir teniendo una visión nacional del mundo. Tal vez.

Tomàs Escuder Palau


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