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László Darvasi

La pregunta
¿Las obras de qué filósofos alemanes han sido traducidas por el escritor Premio Nobel Imre Kertész?
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La Casa del Traductor en Balatonfüred
La Casa del Traductor en Balatonfüred

El Imre Kertész español

Adan Kovacsics

1953–

Es un tópico, aunque verdadero, que los traductores son los creadores invisibles de la literatura mundial. Cada cultura vive encerrada en su lengua, sólo los traductores pueden abrir una ventanilla para asomarse. La gran desventaja de las lenguas minoritarias es que poca gente se entusiasma por aprenderlas, y menos llegan a dominarlas en un nivel tan alto como para poder ejercer la difícil profesión del traductor. Con Adan Kovacsics, el traductor más importante de la literatura húngara al castellano, hablamos sobre bilingüismo, creación y el futuro de las letras.

Nos conocemos desde hace años Adan Kovacsics y yo de los talleres de traducción de Balatonfüred, ciudad pequeña en las orillas del lago Balaton donde en un jardín precioso se encuentra la Casa de Traductor. Las horas de trabajo en el zaguán de la casa decimonónica, con él parecen más bien reuniones de amigos entusiastas que clases de traducción. Adan tiene el mismo respeto hacia el texto original y hacia el autor que hacia sus alumnos, tal vez por eso avanzamos con una deleitosa lentitud: dos frases en hora y media. La traducción, nos dice a veces, es un proceso de elegir entre varias soluciones, y habiendo varios traductores en dicho zaguán, las propuestas se multiplican. Adan es paciente, preciso y meticuloso, tres de las características más importantes del traductor y del maestro.

“Yo también soy Goethe” rezan las camisetas de algunos traductores, Adan Kovacsics es gran parte de las letras húngaras contemporáneas: Imre Kertész, György Konrád, Péter Nádas, László Földényi, László Krasznahorkai, Ádám Bodor y Attila Bartis. Y la lista no es completa.

LHO: ¿Por qué el húngaro? ¿Cuál es tu historia personal?

A.K.: Es muy sencillo. Si bien nací en Chile, soy hijo de inmigrantes húngaros. Por tanto, conozco la lengua desde la cuna, por así decirlo.

LHO: ¿Qué significa para ti ser bilingüe? ¿Es siempre una ventaja? George Steiner dijo una vez en una entrevista que él era multilingüe. ¿Puede uno dominar dos, tres o incluso más lenguas con un nivel tan alto como exige la traducción? Sabemos que no es lo mismo hablar bien una lengua que usarla como lengua de destino.

A.K.: Hay mucho mito en este terreno. Bilingüismo y monolingüismo empiezan a ser un tema cuando entran en juego el estado, la nación, etcétera; son, de hecho, sus inventos, sus creaciones. Los hombres pueden manejarse en diversas lenguas; mirándolo bien, una misma lengua ya consta de varias. Otra cosa es la o las lenguas que uno elige para expresarse literariamente. Eso implica un trabajo, una labor diaria, una disposición del espíritu, una elección…

LHO: ¿Cuál es tu lengua materna? ¿Te consideres húngaroparlante o castellanoparlante?

A.K.: Me crié con dos lenguas, el castellano y el húngaro. En casa se hablaban las dos. A ellas se sumó luego el alemán.

LHO: Si me acuerdo bien, una vez me comentaste que te gustaba más traducir del alemán. ¿Sigue siendo el alemán tu lengua preferida?

A.K.: Pasé la adolescencia y parte de la juventud en Viena. O sea, fueron unos años decisivos para mi formación, en todos los sentidos. Ese período tiene para mí algo indestructible que aflora una y otra vez. Y, claro, va ligado a un idioma. Fue allí, además, donde desarrollé mi amor por la literatura… Y lo cierto es que me cuesta menos traducir del alemán que del húngaro.

LHO: En Hungría no hay carrera universitaria de traducción aunque últimamente hay algunos cursos dedicados al tema. Tengo la impresión de que uno se hace traductor por casualidad, por amor a la lengua, por amor a la literatura, y muchas veces por necesidad. Además se dice que muchos traductores son escritores frustrados. ¿Cuándo y por qué decidiste ser traductor? ¿Cómo se desarrolló tu carrera profesional?

A.K.: Bueno, eso de los escritores frustrados es un tópico, una de esas frases que sueltan algunos personajes frustrados, autoritarios y exaltados a altas horas de la noche en un café. Basta recordar que muchos escritores no frustrados son o han sido también traductores… Precisamente la literatura húngara cuenta con numerosos ejemplos de ello. Yo, desde luego, me opongo a esas barreras artificiales. En la literatura hay un flujo continuo entre sus diversas manifestaciones. ¡Imagínese uno la literatura sin la traducción! De todos modos, lo que da qué pensar es por qué el traductor suscita tanto rechazo. Creo que existen muchas razones para ello, de todo tipo, político, literario, incluso de índole filosófica… En cuanto a mí, de alguna manera, vistos los antecedentes, estaba predestinado para la traducción. Cuando llegué a España, empecé a traducir para una agencia, textos de todo tipo. Pero siempre me interesó sobre todo la traducción literaria. O sea, que poco a poco me fui decantando por esta.

LHO: El traductor es mucho más que una persona sentada delante de su ordenador tecleando un texto. En los talleres de Füred, como ejercicio de calentamiento, nos haces leer algo en castellano. ¿Cómo trabajas? ¿En casa, en la biblioteca?

A.K.: Sí, el traductor no debe olvidar nunca su vínculo con la literatura escrita en la lengua a la que traduce. A veces lo olvida. Trabajo en casa y en la biblioteca, adonde voy a menudo. Necesito cambiar de lugar, necesito mucho la concentración, pues tiendo a perderla, y las bibliotecas me la dan. Son, por supuesto, muchísimas horas delante del ordenador, pero también de consulta de diccionarios, de enciclopedias; también hay que consultar a otros traductores, a especialistas en ciertos ámbitos, en geología, botánica, armas, ferrocarriles…

LHO: Traducir es un trabajo solitario. Un editor, conocido mío, a menudo se queja de los traductores que durante semanas no sacan la nariz de casa, y cuando llegan a la editorial, y tienen la posibilidad de conversar, no cesan de hablar. En fin, que son unos pesados fuera de casa. ¿Cómo llevas la soledad profesional?

A.K.: La sobrellevo. Pero quizá uno ha elegido primero la soledad y luego la actividad literaria.

LHO: Traduces literatura húngara desde los años 90 ¿o me equivoco? ¿Cómo fue tu primer encuentro con la literatura húngara?

A.K.: Si, antes de los años noventa sólo traduje alguna cosa del húngaro… Ahora bien, la literatura húngara la encontré en casa. Mi padre era un gran lector, tenía una biblioteca importante, allí estaban en bellas ediciones los libros de Krúdy, Márai, Ady, Németh. En Chile todavía me regaló, por ejemplo, una historia universal en húngaro, no recuerdo muy bien de qué autor, me parece que se llamaba Marczaly. Era un montón de volúmenes encuadernados en piel que compró en una librería de viejo. Él iba mucho a esas librerías, en la calle San Diego de Santiago. Pero mi relación con la literatura húngara no dejaba de ser conflictiva, precisamente porque era el territorio de mi padre. La otra gran puerta para acceder a ella fue luego, para mí, la obra de Imre Kertész, que conocí a principios de los noventa. Kertész me devolvió, por así decirlo, la literatura húngara.

LHO: Ahora viene la pregunta obligatoria. ¿Tienes autores preferidos de traducción? ¿Son diferentes de los favoritos de lectura, o los dos coinciden?

A.K.: Por supuesto, hay autores, como el mismo Imre Kertész, por ejemplo, cuya obra me gusta traducir. He tenido la suerte de traducir a varios que me significan mucho, tanto del húngaro como del alemán. Luego hay también escritores con los que siento algo así como una afinidad estilística, con Bodor, por ejemplo. Ahora bien, también tengo favoritos en otras lenguas, en castellano, por ejemplo, o en francés. O en la literatura rusa… Bueno, ¡mejor no seguir!

LHO: Traducir es entrar en contacto directo con el texto, y con el autor. ¿Cómo son tus relaciones con los autores húngaros? ¿Eres de los traductores que preguntan mucho?

A.K.: En principio fui traductor de obras de autores que ya habían fallecido. No podía preguntar nada a Karl Kraus, aunque me habría gustado… Es decir, tenía contacto directo con el texto, pero no con el autor. Y esa relación directa con el texto es lo esencial. Lo demás es hasta cierto punto circunstancial. Luego, eso sí, he tenido contacto con autores, y me han dado mucho, Kertész, Krasznahorkai, Ilse Aichinger, por ejemplo. También con Nádas tuve un breve contacto, telefónico. Resulta que había traducido El final de una saga. Fue una de mis primeras traducciones del húngaro (aunque se publicó mucho más tarde). Es un texto denso, donde cada capítulo consta de un solo párrafo. Al traducirlo, decidí entresacar los diálogos y poner los guiones correspondientes siguiendo la tradición española, con la intención de aligerar así la lectura. El día en que debía entregar mi trabajo me desperté con los primeros rayos del sol, sobresaltado. Algo me decía que no había obrado correctamente. Esa misma mañana traté de ponerme en contacto con el autor, cuyo número de teléfono desconocía. Lo averigüé tras diversas pesquisas. Hablé con él al mediodía. Quería saber si era lícito lo que había hecho. Me dijo muy amablemente que el texto debía permanecer tal como estaba en el original, es decir, con los diálogos entrecomillados dentro del párrafo, de manera que se mantuviera la densidad que él buscaba. Y eso hice, o sea, dediqué toda la tarde y toda la noche a devolver los diálogos a su sitio, a reordenar mi traducción. La entregué al día siguiente.

LHO: Todos tenemos autores y libros a los que les tenemos un cariño especial pero no logramos que se editen. ¿Cuáles son tus sueños de traducción?

A.K.: Me gusta mucho proponer libros para traducir. En algunas ocasiones lo consigo, en otras no. A veces compruebo horrorizado que acaba de publicarse una obra que me habría gustado traducir. Ahora, por ejemplo, tengo la intención de dedicarme a Pilinszky. Del alemán, siempre he deseado traducir a Jean Paul, y no sé si lo haré, porque se necesita mucho tiempo, amor y paciencia para eso. Es un autor enorme, y supongo que habrá que hacer sonar el castellano como un órgano para reproducirlo de forma mínimamente adecuada.

LHO: Aparte de traducir, das clases en la Universidad de Barcelona. ¿Crees que la traducción literaria tiene futuro? Sabemos que es uno de los trabajos peor remunerados. ¿Qué opinas sobre la situación actual de la traducción en España?

A.K.: Después de tantos años dedicados a la traducción, más de veinticinco, toca dedicar un poco de tiempo también a la formación de nuevos traductores; es lo que hago tanto en Barcelona como en Balatonfüred. Seguro que la traducción literaria tiene futuro o, mejor dicho, su futuro está ligado al de la literatura. Respecto a la situación de la traducción en España, se ha hecho algo en cuanto al reconocimiento de la labor del traductor, pero queda mucho camino por recorrer. Estamos muy desprotegidos.

LHO: ¿En qué trabajas ahora? ¿Cómo ves el futuro de las letras húngaras en España?

A.K.: Estoy traduciendo una novela de László Krasznahorkai, un autor al que considero uno de los escritores contemporáneos más importantes. Tiene muchísimo que decirnos; intuye con suma agudeza lo que está pasando en el mundo. En cuanto al futuro de las letras húngaras en España, lo veo bien, por supuesto, si comparamos la situación actual con los años setenta u ochenta. Queda mucho por traducir y es, además, una literatura muy viva. Eso sí, todo depende también de nosotros, los traductores.

Éva Cserháti


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