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Fútbol y letras
László Darvasi

La pregunta
La familia Thyssen-Bornemisza es, en parte, de origen húngaro. ¿Qué significa Bornemisza?
Es un nombre frecuente en Hungría quiere decir “el que no bebe vino”.
No tiene sentido, es el nombre de una familia noble que probablemente procede de un topónimo.
No se conoce el origen de la palabra Bornemisza. Es posible que tenga antecedentes georgianos.
Respuesta

La lectura del mes
Géza Csáth

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Rincones literarios
La cultura del remo

Tomàs Escuder Palau
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La Orilla Romana
La Orilla Romana

El distrito de Budapest llamado Rómaifürdõ (Balneario Romano) se extiende a lo largo del a orilla occidental del Danubio, hacia el Norte de la capital. En el siglo XIX fue el centro de la vida balnearia de Buda, lleno de tabernas, restaurantes, playas, casas de remo, pantalanes y la indispensable música de acordeón.

El conde István Széchenyi y el barón Miklós Wesselényi –dos figuras importantes de la “Época de Reformas”– fueron los fundadores del deporte acuático por el Danubio. La primera competición de remo fue celebrado en 1842 y el ganador resultó ser el famoso arquitecto del Puente de las Cadenas, Adam Clark. A finales del siglo XIX ya había 23 clubes de remo, cinco tabernas, dos posadas y tres playas.

En el siglo XX el Római-part (Orilla Romana) se convirtió en el paraíso de los deportes acuáticos y hasta los años ochenta mucha gente pasaba el fin de semana en el club de remo de su empresa, puesto que en 1948 todo había sido estatalizado. Los clubes más bien se parecían a campamentos austeros, pero la alegre vida estival, el ambiente de las tabernas y el majestuoso río –en el que uno se podía bañar hasta los años 70– compensaban las incomodidades. En 1973 cerraron las playas, por la baja calidad del agua.

En el siglo XXI la fuerza devastadora de la manipulación urbanística llegó al Római-part y causó la destrucción de los clubes de remo, de los que, en la actualidad, sólo sobreviven dos. Las urbanizaciones de lujo ocuparon la orilla y expulsaron a los amantes del remo, de las vacaciones sencillas, tal vez austeras, pero llenas de encanto.

Con las cercanías que salen de la plaza Batthyányi –y por cierto llevan al Festival Sziget–, es fácil de llegar a Rómaifürdõ. La excursión se podrá combinar con la visita del museo de Aquincum, la ciudad romana que dio nombre al barrio.

Algunas obras relacionadas con el Danubio:

Mauricio (Mór) Jókai: El hombre de oro.

Jules Verne: El piloto del Danubio, 2003, RBA coleccionables

Claudio Magris: El Danubio, 2007, Anagrama

Patrick Leigh Fermor: Entre bosques y el agua : a pie desde Holanda hacia Constantinopla: desde el curso medio del Danubio hasta las puertas de Hierro, 2004, Península

Péter Esterházy: La mirada de la condesa Hahn-Hahn bajando por el Danubio, 2001, Alianza


Me gustaría saber cuánto sabemos los mediterráneos de lo que podríamos llamar una “cultura del remo”. Es decir, de todo el mundo que se extiende detrás de los practicantes de la actividad deportiva que tiene el remar como fuente de placer.

Y para ser más preciso todavía me refiero a las costumbres, formas y manera en que ese deporte se practica en la orilla de los ríos. Porque también se puede realizar en el mar donde las condiciones son otras, tanto las climatológicas como las puramente acuáticas.

El otro día estuve remando. Haciéndolo en las orillas del Danubio, en un tramo de río comprendido al norte de la Margitsziget (Isla Margarita). Era una jornada apacible para la práctica precisa de esa actividad. Es decir, verano pero sin demasiado sol que molestara ni nos hiciera sudar más allá de lo conveniente. Aunque el recorrido fue mas bien corto, fue lo suficientemente largo para saborear alguna de las circunstancias que yo había imaginado. Las aguas apacibles, la forma de la piragua, las orillas de abundante vegetación, el deslizarse suave… Añádase a esto la posibilidad de ir charlando mientras por tu lado discurre un paisaje todavía sereno y con belleza suficiente. Todavía… porque también aquí amenaza la urbanización creciente que domina por toda Europa.

Aprender a remar en esta, para mi, frágil embarcación no es tarea tan facilona como pueda parecer. También requiere su técnica y como todo lo que necesita de una cierta atención y práctica, conlleva igualmente el placer de su descubrimiento y de nuestras limitaciones. Meter la pala del remo en unas aguas que tantos y tantos otros han surcado era para mí un placer añadido al saber que sigo pasos por un camino desconocido pero lleno de encantos y posibilidades. Todo me ha parecido bello y con esa austeridad que me hace comprender el esfuerzo realizado por muchas generaciones anteriores para llegar a esa perfección que los instrumentos antiguos solo poseen. La forma del casco y su entramado interior, que en el caso de una embarcación de madera de unos 70 años, ya es todo un arte. La de los remos, con las palas blancas. La del timón, tan simple y eficaz, con su cabo para el manejo. Una proa y una popa, ambas, de belleza artesana brillante y eficaz en extremo.

Al terminar el pequeño recorrido nos refugiamos en un bar “de ribera”. El café fue mas bien de mala calidad y no lo disfruté. Pero mientras me lo tragaba iba contemplando lo que estaba frente a mí. El discurrir de la enorme corriente que este río lleva, la silueta de los árboles de la otra orilla y la sombra que nos cobijaba a nosotros. El paso de otros palistas que, como yo antes, iban arriba y abajo con la parsimonia que remar confiere. También pasaban, regularmente según me indicó mi maestro de remo, un ferry de turistas y otro de servicios regulares. La brisa era ligera y el ambiente de la conversación agradable. Nadie hablaba de remar sino de aquellas cosas que salen en una conversación de café. Pero yo me mantenía como ausente. Porque estaba prestándole atención a todo lo que veía, lo que había visto y experimentado mientras íbamos remando.

Luego, reposando y al ir volviendo a guardar la canoa. Me fijé todavía un poco más en el interior del hangar donde se guardan toda clase de embarcaciones de remo: grandes y pequeñas, clásicas de madera y otras de fibra, de un tripulante o de cuatro. Y admiraba igualmente toda la clase de artilugios que sirven para varar o sacar del agua a las mismas. Comprendí que había allí toda una forma de entender el río. De hacer deporte con unos medios que han servido a los humanos, durante siglos, para recorrer superficies acuáticas, traspasar corrientes, vadear ríos…

Me hubiera gustado poder hablar con los guardianes de este lugar, tener una larga conversación con ellos y que me explicaran como era ahora la práctica de este deporte y como había sido. Pero todavía más saber qué relaciones se tenían con el poderoso río, como se construían las canoas, quien lo practicaba, si les gustaba su trabajo o era, además, una vocación… En fin, me hubiera gustado comprender mejor, yo que desconozco los grandes ríos, como se vive a su lado aunque sólo sea desde la óptica tan a ras de agua como lo es, estando a bordo de una yola de cuatro remos como la que me introdujo en este mundo.

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