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Rincones literarios
El bordado de Kalocsa ayer y hoy – bajo las ágiles manos de las bordadoras y en los escaparates de Budapest

Enikõ Karádi-Héder
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“Un grano de trigo, dos granos de trigo, tallo de maíz,

Qué bella, qué bella es la muchacha de Kiscsertõ,

Tiene el delantal lleno de lazos bordados,

No lanza miradas a cualquier mozo”.

(Canción popular de la región de Kalocsa)


Violetas, jacintos, lirios, mirasoles púrpuras, tulipanes, claveles, campánulas, margaritas, lilas, fucsias, pensamientos, capullos y flores de rosa, bayas diversas, nomeolvides, muguetes y el famoso pimiento rojo de Kalocsa. Son motivos de bordado que han traspasado continentes y décadas y gracias a ellos el bordado húngaro de Kalocsa ha conquistado el mundo en los últimos años. Estos coloridos dibujos de flores llegaron al mundo de la moda bajo el lema de “tradicional y trendy”, se encuentran en los más diversos souvenirs en los escaparates budapestinos, es más, llegaron a adornar los trajes de los pilotos de la Fórmula 1. Se convirtieron en una marca, pero ¿a qué se debe el éxito? El bordado de Kalocsa llegó a ser uno de los símbolos más potentes de Hungría y si hablamos de labores, la mayoría de los húngaros evoca la imagen de las coloridas flores. Da la sensación de que es algo muy antiguo, profundamente húngaro, con una historia llena de peripecias. ¿Es cierto?

La ciudad de Kalocsa se halla en el centro del país en la orilla oriental del Danubio y junto con los pueblos que le pertenecen – Homokmégy, Drágaszél, Szakmár y Öregcsertõ– forma una región cultural. Todas las aldeas surgieron de alquerías que habían correspondido a la ciudad. Los trajes regionales, antes de la aparición del bordado de Kalocsa, se caracterizaban por el kékfestõ o impresión en azul –dibujos en blanco sobre un fondo azul– debido a la cercanía de la región de Sárköz en la otra orilla del Danubio donde la decoración de la ropa era a base de flores blancas sobre el tejido teñido de añil con una técnica especial. Las tan conocidas flores de color aparecieron en los trajes de las mozas y de los mozos gracias a una innovación hacia 1920.

El área de Kalocsa, antes de la regularización del río, pertenecía a la zona de inundación del Danubio, lo que requería una forma de vida distinta de sus habitantes. Se empezaron a hacer los desagües a mediados del siglo XIX y los terrenos conquistados fueron dedicados al cultivo de trigo para el mercado nacional. De este modo la gente de Kalocsa tomó parte en la vida comercial del país y por eso se extendió el uso de los tejidos de fábrica y las sedas de color y se popularizaron el calado blanco y el adorno de los ribetes de las camisas. En Kalocsa se instaló una imprenta de dibujos de bordado para crear motivos nuevos que fue todo un logro para las señoras burguesas de la ciudad. Fueron ellas las que se empeñaron en enseñar a las campesinas cómo bordar según la nueva moda para que la labor de aguja fuera de alta calidad. Pero el bordado en blanco gustó tanto a las mujeres que no solo cumplieron con los encargos, sino que bordaron también lienzos para sí mismas. La locura de bordar empezó copiando los dibujos de la imprenta, porque usar los servicios de la misma resultaba demasiado caro para la estrecha economía de las campesinas. Pronto aparecieron las primeras “dibujantes” que crearon motivos simplificados, hechos a mano, basados en las copias y llenaron el calado con hilos blancos. Los dibujos cobraron independencia bajo las manos de las dibujantes que usaron elementos de decoración muy de moda para adornar paredes y muebles. La aparición de los colores fue gradual. Primero el negro sustituyó las flores blancas, después apareció la combinación del rojo y el azul que más tarde fue completada por colores, hoy tan populares que llevan nombres casi poéticos: rojo encendido, rojo de Csertõ, rojo de pimienta, rojo como la llama, color al vino tinto, amarillo de maíz, azufrado, amarillo envidioso, azul marino, azul de paloma silvestre, azul terciopelado, caparrosa azul, azul celeste, morado, rosado, etc. El bordado en color cobró su forma actual a finales de la década de 1920 entre las dos Guerras Mundiales. A mediados del siglo XX el arte de bordar llegó a su auge en la región de Kalocsa, en cada pueblo vivían dibujantes con manos ágiles e ideas novedosas. Se trata pues de una tradición relativamente nueva que en unas pocas décadas se convirtió en el bordado húngaro por excelencia. El motivo de un desarrollo tan rápido, según la etnógrafa Klára Csilléry, consiste en el deseo de poseer algo nuevo, puesto que en la sociedad rural se distinguen aquellos que pueden alardear por las calles del pueblo de trajes más espectaculares; sin prendas vistosas las mozas y los mozos tienen menos oportunidades de llamar la atención.

Hoy en día no hay que viajar lejos para conseguir un bordado de Kalocsa, puesto que el adorno con coloridas flores es el símbolo más popular de los souvenirs con carácter húngaro. Sin embargo, al pasear delante de las tiendas de moda y de los escaparates no debemos olvidar el lema de las famosas bordadoras de Kalocsa: “Aunque el dibujo sea bonito, no vale nada si no está bordado con esmero”.

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