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Fútbol y letras
László Darvasi

La pregunta
¿Cuál fue la profesión del escritor Géza Csáth, cuyos cuentos acaba de publicar la Editorial Nadír?
Fue médico de balnearios y se dedicaba a investigaciones psicoanalíticas.
Fue periodista, ensayista y poeta.
Fue un morfinómano perdido y nunca tuvo una profesión seria.
Respuesta

La lectura del mes
Géza Csáth

Balassi Institute
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Rincones literarios
Kolozsvár

Éva Cserháti
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Kolozsvár (hoy Cluj, Rumanía) es una ciudad que durante siglos perteneció a Hungría y fue el centro cultural de distintos círculos literarios húngaros. Varios libros ya traducidos al castellano reflejan su historia. La Trilogía transilvana de Miklós Bánffy narra la vida de la aristocracia de Kolozsvár antes del estallo de la Primera Guerra Mundial; las memorias de Aladár Kuncz, publicadas bajo el título Monasterio negro dibujan un cuadro nostálgico de la ciudad durante la Primera Guerra Mundial; Alaine Polcz en su libro Mujer en el frente habla sobre la ciudad antes y a lo largo de la Segunda Guerra Mundial; la novela Omerta de Andrea Tompa, publicada en húngaro en 2017 se centra en la historia de los suburbios durante las primeras décadas del comunismo.

Fragmento de la novela Los días contados de Miklós Bánffy (Libros del Asteroide, 2009)

En sus círculos no significaba nada que uno frecuentara la casa de una joven. Por un lado, en aquel entonces había mucha vida social en Kolozsvár; por otro, en esta ciudad de campo, dado su tamaño, uno se encontraba con los demás continuamente. Las familias más acomodadas de Transilvania pasaban el invierno en la ciudad y por las tardes recibían visitas informales. Las damas mayores recibían a un sinfín de nietos, parientes y conocidos, y las casas con hijas mayores a los señoritos. Sólo era necesario esperar una invitación de comida o de cena. A la hora de la merienda llamaba más la atención que alguien estuviera ausente durante días que el hecho de que viniera regularmente. Por ello, no se interpretaba como cortejo el que uno se presentara todos los días a tomar café con nata, que en aquél entonces estaba más de moda que el té inglés. […] El baile del martes de Carnaval era un evento importante entre la alta sociedad de Kolozsvár. Tradicionalmente se celebraba en el casino. Algunos caballeros todavía se vestían según el hábito de los años treinta del siglo XIX, y esa noche llevaban frac añil y pantalones grises. Era costumbre de Kolozsvár pasar dos noches seguidas bailando, la del martes de Carnaval y la del miércoles de Ceniza. La noche de martes acudían incluso las damas más mayores. Era una fiesta magnífica. Todo el mundo lucía traje de gala; las mujeres iban peinadas con coronas de diamantes, ataviada con camafeos, colgantes de oro y otras joyas preciosas. Iban tan acicaladas como si fueran a la corte. Sobre las diez ya había mucha gente, y seguían llegando. Por la puerta pasaron los carruajes uno tras otro, sin cesar. Adrienne acababa de llegar con sus hermanas menores y su marido. Las mujeres subieron las escaleras despacio, levantando con una mano las largas faldas, y apretando con la otra la capa de gala adornada con pieles.

Fragmento de la novela Monasterio negro de Aladár Kuncz (KRK, 2012)

La víspera de su partida vino a verme y se detuvo en la mampara para despedirse. Su rostro no reflejaba ilusión alguna. El gran viaje que le esperaba, volver a su hogar, no le importaba. –Entonces, tío Sarkadi, lo envían a Kolozsvár, ¿no? –le pregunté, y mi imaginación se agarró ansiosa a ese viejo arruinado para acompañarlo en el precioso viaje que le esperaba–. Dígame ¿irá a ver a mi padre en Kolozsvár? ¿Sabe dónde está la calle Majális? El tío Sarkadi hizo una señal desdeñosa–: Cómo no voy a saberlo si en el ochenta y cinco pasé por allí. –¿Y qué dirá en casa, tío Sarkadi? –le pregunté preocupado con la esperanza de poder enviar algún mensaje. Tal vez él pudiese contar algo acerca de mi vida de interno, de mis ansias por ver a mis seres queridos… algo que no se pudiese confiar a las letras. –Les diré que han encerrado al señor Koncz por mí –dijo con orgullo frío, inaccesible y enajenado–. Todo el mundo ha sido encerrado por mí. Toda la guerra se libra por mí. Me hubiera gustado sacudir al viejo para librarlo del yugo de su locura. Le imploré que prestara atención a lo que le estaba diciendo, que contara en casa cómo vivía, dónde habitaba y con qué gente; que les dijera que soñaba con volver a Kolozsvár; que en ya junio había comprado el billete de regreso a Kolozsvár, pero que en el último momento el destino quiso que me fuera a París. Desde entonces cuántas veces había hecho en mis fantasías el camino de Budapest a Kolozsvár. En ellas llegaba andando a la casa de la calle Majális y cuando ponía la mano en el tirador de la puerta la imagen se desvanecía. Me despertaba sobresaltado.

Fragmento de la novela Una mujer en el frente de Alaine Polcz (Periférica, 2015)

Por fin, Kolozsvár. La estación estaba intacta, los alrededores totalmente destruidos. Los alrededores del ferrocarril habían sido bombardeados. Doscientos muertos, decían. Los periódicos sólo hablaban de unos pocos. El gueto también había sufrido un impacto. Egon entró para poder ver a Margitka y llevarle un paquete a escondidas; Margitka lo había perdido todo. Irénke y yo le escogimos de entre nuestra ropa, ropa interior y de abrigo y mi madre le hizo comida. En 1988 Margitka que ahora lleva el nombre de Mirjam, me lo contó en Qiryat Tiv’on, Israel: “Egon recogía a los muertos, yo corría a su lado (era tan bajita que no le llegaba ni a los hombros) y le preguntaba: “¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?”. No me dijo nada, ni me miró, aunque le caían las lágrimas por la mejilla”. En la familia todos estaban sanos y salvos. Entonces creí que era el día más difícil de mi vida. (¡Dios mío, qué ingenua era!) Transilvania fue declarada zona de guerra, pero a pesar de todo estábamos vivos. Recordaréis bien que aunque fuera zona de guerra había mucha marcha. Los teatros y los cines estaban repletos, en los restaurantes no se podía encontrar ni una mesa libre, las excursiones e invitaciones eran diarias. En aquellas semanas fue el estreno de la obra de Zoli Jékely titulada Angelit y los ermitaños. Su mujer, Adrienne Jancsó fue la protagonista. Por supuesto, fue un gran evento.

Los suburbios de Kolozsvár Los Hóstát

es el nombre colectivo de los suburbios de Kolozsvár al este y al norte de la ciudad. La gente de los Hóstát se dedicaba al cultivo de la tierra, llevaba una vida muy tradicional y seguía las costumbres peculiares de la región. El estado comunista confiscó las tierras y los huertos en la década de 1960, y destruyó el hábitat de la gente de los Hóstát. A pesar de la desaparición del régimen opresivo, los habitantes de estos suburbios siguen estando orgullosos de ser a la vez agricultores y urbanitas, y tienen una fuerte identidad. La novela de Andrea Tompa cuenta la historia de estos suburbios peculiares y casi totalmente desaparecidos. Annuska, una de las protagonistas es una muchacha que nació y sigue viviendo en los Hóstát. En su monólogo interior narra la historia de los suburbios y la fortuna de sus habitantes en los años 1950. 

Fragmento del Libro de Annuska, de la novela Omerta de Andrea Tompa

Pero ese libro, ese es muy diferente. Ese sobre el Hóstát. Yo nunca he oído eso de escribir un libro sobre nosotros. Sobre qué clase de gente somos y de dónde hemos venido. Me parece tan extraño como si ese libro escrito en Hungría no tratara de nosotros. No me reconozco en él ni a mí misma, ni a mis parientes. Padre dice que antes, en los tiempos húngaros, se empeñaban mucho en vernos como un pueblo peculiar. Decían que éramos un pueblo húngaro peculiar que no había sido descubierto todavía. Fue entonces cuando se empezaron a escribir esta clase de libros muy interesantes sobre nosotros. Sobre los funerales y sobre cómo transportamos las cosas, los productos. Y qué sé yo qué más. Y en una página figuraba un dibujo de unas mujeres con un balde en la cabeza. Nunca en mi vida he visto tal cosa, y eso que desde muy niña he ido mucho a las huertas. Ahora ya no porque ya nadie las tiene, nos las han confiscado. Tampoco he visto eso de que el caballo tira de una especie de trineo cargado de heno. Aquí se usa el carro. Ese carro que tiene todo el mundo. […] En mi opinión solo hay una cosa realmente peculiar en nosotros, los de los Hóstát, y es que tenemos que currar muchísimo. Yo no sé si existe otro pueblo que desde la niñez tenga que laborar tantas horas al día.

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