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László Darvasi

La pregunta
¿Qué palabras son de origen húngaro en la lengua castellana?
Vampiro, doloman, húngaro.
Cíngaro, ugrofinés, Violante.
Coche, húsar, czardas.
Respuesta

La lectura del mes
Géza Csáth

Balassi Institute
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Rincones literarios
Dentro de la ley

Erzsébet Galgóczi
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Una tormentosa noche de septiembre de 1959, un policía que patrullaba por el distrito de Mohács mató a tiros a una persona que había violado la frontera. Al teniente Marosi sólo le informaron del caso a la mañana siguiente, cuando regresó, borracho de sueño, a la comisaría desde la casa de una de sus amantes de Pécs. El sargento de guardia ya había levantado acta, el cadáver había sido retirado del bosque y puesto sobre un “catafalco”, que consistía en una larga mesa en el cuarto de descanso de la comisaría cubierta con una sábana limpia. A Marosi le repugnaban los incidentes de frontera, había sido testigo de demasiadas tragedias durante los años anteriores a 1956, y su disgusto se convirtió en una incandescente ira cuando se enteró de que la víctima era una mujer joven.

Una tormentosa noche de septiembre de 1959, un policía que patrullaba por el distrito de Mohács mató a tiros a una persona que había violado la frontera. Al teniente Marosi sólo le informaron del caso a la mañana siguiente, cuando regresó, borracho de sueño, a la comisaría desde la casa de una de sus amantes de Pécs. El sargento de guardia ya había levantado acta, el cadáver había sido retirado del bosque y puesto sobre un “catafalco”, que consistía en una larga mesa en el cuarto de descanso de la comisaría cubierta con una sábana limpia. A Marosi le repugnaban los incidentes de frontera, había sido testigo de demasiadas tragedias durante los años anteriores a 1956, y su disgusto se convirtió en una incandescente ira cuando se enteró de que la víctima era una mujer joven.

–-Los dos chavales alegaron-el rechoncho sargento defendía a sus soldados sin querer- que se había desatado una terrible tormenta, tronaba, los árboles crujían y llovía a cántaros, no veían más allá de sus narices, sólo vieron una sombra que avanzaba a hurtadillas a la repentina luz de los relámpagos; la avisaron tres veces, dispararon al aire dos veces, pero ella como si nada, y entonces… por miedo…

Marosi se quedó atónito.

–-¡Pero si tronaba, no podía oír el aviso! Ni los disparos… ¿Quiénes son esos dos cagones?

El sargento le dijo sus nombres.

–-Vale, pueden olvidarse de vacaciones extra y de promocionar, incluso se arrepentirán de haber nacido varones-maldijo Marosi-. ¿Es que no son capaces de detener a una mujer joven sólo con las manos?

–-Hemos dado con este bolso cerca de ella-el sargento le mostró un bolso azul oscuro empapado y manchado de barro-. No llevaba otro bulto. Aquí tiene su documento de identidad.

Marosi lo abrió y se le heló el corazón por el aturdimiento.

–-Éva Szalánczky… -farfulló pálido / palideciendo-. Conozco a una que se llama así… -Se quedó mirando fijamente la fotografía del carné: era una imagen distorsionada y de mala calidad, pero era imposible no reconocerla.

–-Qué horror-masculló con voz temblorosa. Cogió el bolso y entró tambaleándose en su despacho.

Sacó una botella de vodka y se sirvió un vaso, para cobrar fuerzas y revisar el contenido del bolso de la mujer. Primero examinó los datos del carné de identidad: Éva Szaláncky, nacida en 1931, profesión: periodista, nivel de estudios: universidad, estado civil: soltera, domicilio: Budapest, calle Verpeléti 38, alquiler. Ocupación: no tiene, según la fecha, el último había terminado tres meses atrás, anteriormente había trabajado en las redacciones de Nép y de Kultúra. Volvió a examinar la fotografía: representaba a una chica de pelo corto que tenía la cabeza ladeada y una vaga sonrisa en los labios que contrastaba con sus ojos entornados de mirada desconfiada. Blusa blanca, desabotonada-dios mío, cómo le gustaban las blusas blancas deslumbrantes, con el cuello muy abierto, como lo había llevado Petõfi… Abrió el bolso azul, cubierto de manchas de barro. Había un arrugado paquete de cigarrillos, una caja de cerillas con los bordes rotos-dios mío, como si la estuviera viendo: nunca gesticulaba, pero sus manos siempre jugaban con algo: con una caja de cerillas, una estilográfica, unos palillos, los flecos del mantel, la copa de coñac-, dos pañuelos de papel, una estilográfica Parker, tijeras para cortar las uñas, un espejo de bolsillo, un peine, unas pinzas para las cejas, un cortaplumas, un trocito de jabón envuelto en un sobre usado, un pequeño frasco de colonia de lavanda, dos pastillas Karil, una agenda con notas y números de teléfono-que el teniente, de manera irregular, se guardó en el bolsillo interior-, así como unas vacías hojas de papel de excelente calidad dobladas. Dio con una billetera de cuero, con novecientos forintos dentro, un pase permanente para un museo y un billete del tren exprés de Budapest a Mohács del día anterior. Estaba devolviendo los objetos al bolso cuando, movido por la intuición, desdobló las hojas de papel al parecer limpias, y en el interior halló un texto escrito con tinta:

“Mohács, 8 de septiembre de 1959. Han agotado todas las explicaciones. Una se corta las venas… y luego vendrá alguien y lo explicará…”

El teniente Marosi pidió vacaciones para buscar una explicación. Pero sólo le permitieron dejar el trabajo diez días después, porque no había quien lo sustituyera.

Traducción de Eszter Orbán y Elena Ibáñez

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