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Budapest, una ciudad femenina

Traducción de Antonio Manuel Fuentes Gaviño

Fuente: Cuaderno de Budapest
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Siempre me ha parecido que Viena es una ciudad masculina y Budapest una ciudad femenina. No sólo por la preferencia que la Emperatriz Sissí tenía por la capital de Hungría, sino también por su arquitectura, su urbanismo y su urbanidad, y por el ambiente que en ella se respira. Sissí era la reina de los húngaros, aprendió su lengua, tenía un palacio en Gödöllõ y era aclamada que cada vez que iba; mientas que Francisco José no se movía jamás de la capital imperial, Viena, y juró como rey de los magiares cuando ya llevaba más de treinta años al frente del imperio. Aunque claro, todo esto es historia. Pero también es actualidad. Budapest es una ciudad femenina, profundamente europea y con una evidente voluntad de modernidad.

Por eso no resulta en absoluto casual que los principales personajes de los grandes clásicos de la literatura húngara sean mujeres. La misteriosa Anna Édes (1926) de Dezsõ Kosztolányi (Proa, 2006) que llega de provincias a la gran ciudad para trabajar de sirvienta en casa de unos aristócratas indolentes en el momento en que las revoluciones rojas hacían estragos en los espíritus acomodados de la capital. Como se sabe, Budapest se formó en 1873 por la unión de Buda (y Óbuda), en la orilla derecha del Danubio, y la ciudad de Pest, en la llanura opuesta. Anna Édes es la novela del barrio de Krisztina, en Buda, donde aún hoy suelen residir los burgueses, los nuevos ricos o los viejos aristócratas. La pobre Anna se siente atrapada por los caprichos de su ama y deambula por las calles que llevan al antiguo Castillo de Buda, desde donde se ve una magnífica perspectiva de la ciudad: por una parte las colinas de Rózsadomb, el Tabán, el monte Gellért hasta la Ciudadela, y aquel “apocalipsis llamado plaza de Moscú” con palabras de Imre Kertész (Yo, otro, Quaderns Crema, 2005); por otro lado el Danubio, con la isla de Santa Margarita en medio de su curso y los puentes que nos permiten llegar a Pest: el de las Cadenas, el puente Erzsébet, el puente de la Libertad, el puente Petõfi, y además el constante tráfico de los tranvías amarillos que recorren todo el cuerpo de la ciudad. Y al pie de las colinas de Buda, en el paseo junto a la orilla del río, encontramos algunos de los baños termales más famosos de la ciudad, los Lukács, el balneario Gellért, o los baños turcos; por eso el ama de Anna Édes, la señora Vizy, “cada mañana paseaba hasta el manantial de aguas termales, en el extremo del puente Erzsébet, para beber un vaso de agua tibia y sulfurosa que –lo notaba– le iba bien para el estómago”.

Queda muy poco de la ciudad medieval de Pest: cuatro trozos de pared en el Museo Nacional y algún paño de muralla que sirve como contrafuerte a un edificio más moderno. Porque Pest es una ciudad construida a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Proyectada a partir de dos rondas que van de puente a puente, una más larga que la otra, y la avenida Andrássy que hace de eje vertebral, en una especie de combinación de los rings vieneses y de los bulevares parisinos. La arquitectura, aparte de los edificios construidos durante el socialismo, es claramente modernista –lo que se suele llamar estilo Secesión centroeuropeo– y en el interior de unos cuantos palacetes se pueden encontrar todavía muebles biedermeier o estucos de inspiración art nouveau. Para ambientarse literariamente en este Budapest fin de siècle es necesario leer La carroza carmesí (Aleph, 2007) del clásico Gyula Krúdy. Es un retablo viviente de la ciudad a través de las aventuras de sus protagonistas, Klára y Szilvia. Una ciudad que bulle de actividad.

Tal vez el edificio más emblemático de la ciudad sea el Parlamento que, visto desde Buda, parece que emerja del río. Y justo al lado del Parlamento encontramos la estatua de unos de los poetas imprescindibles de la literatura universal, Attila József, a cuyo pie hay escritos unos versos que podemos cantar con él: “Sentado en la piedra más baja del muelle, / veía como navegaba un cáscara de sandía. / A penas escuchaba, absorto en mi suerte, / el murmullo de la superficie y el silencio del fondo. / Como si hubiese comenzado en mi corazón su curso, / era turbio, sabio y grande, el Danubio”. (Poemas, Gregal, 1987).

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