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Una ciudad con aroma de café
Eszter Orbán
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El famoso dramaturgo y novelista Ferenc Molnár se quejaba de que el motivo de frecuentar en tropel los cafés era la pobreza y las míseras condiciones de vivienda de la época. En efecto, muchos se veían obligados a vivir en oscuras habitaciones de alquiler, y numerosos familiares tenían que compartir exiguos cuartos. En cambio, los cafés ofrecían enormes espacios, su mobiliario, en general, era cómodo y grandioso, entraba mucha claridad, y si no, las inmensas y espectaculares lámparas proporcionaban la suficiente luz como para que los clientes puedan sentirse en un mundo verdaderamente resplandeciente y olvidarse de sus míseros hogares. Muchas mujeres (porque iban también mujeres y hasta niños a los cafés) optaban por organizar reuniones con sus amigas en el café en lugar de en su propia casa, pequeña, y modesta. Una merienda en un café era la manera más barata de mantener relaciones con la gente.
La llegada de la I Guerra Mundial puso fin a la época de esplendor de los cafés de Budapest, y con la instalación del régimen comunista todo indicaba que iba a desaparecer para siempre la rica cultura del café. Los pomposos edificios fueron devastados, su mobiliario saqueado o destruido. En su lugar se abrieron, por aquel entonces o más tarde, oficinas de correos, almacenes de artículos deportivos, clubes universitarios, salas de juego, sucursales de bancos, restaurantes de comida rápida. Afortunadamente, en la última década, Budapest parece ir recobrando su sumergida cultura del café, se han reabierto algunos de los legendarios cafés de antaño. Veremos si esto tendrá su repercusión en la literatura.